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TRES JUECES

AUTORES: Andrea Camillieri - Giancarlo de Cataldo - Carlo Lucarelli

Las relaciones entre el Derecho y la literatura son diversas, así, hablamos del Derecho de la literatura (derechos de autor, censura, libertad de expresión), del Derecho como literatura que supone la aplicación al derecho de los métodos de la crítica literaria (por ej. la obra Justicia Poética de Martha Nussbaum) y, finalmente, del Derecho en la literatura, una especie de reflexión crítica sobre el derecho a partir de las obras literarias que tiene por objeto a éste y a la justicia. En esta última perspectiva surge esta colección de Derecho y Literatura de la editorial española Marcel Pons y esta obra denominada Tres Jueces.

Tres escritores italianos narran tres historias de jueces que describen -positivamente- la vida, el coraje, la entrega, los riegos y la responsabilidad de ejercer un oficio difícil y, algunas veces incluso, peligroso.

En el primero de ellos (El juez Surra), Andrea Camilleri nos sitúa en los comienzos de la unidad de Italia. El juez Efisio Surra, llega a Montelusa (Sicilia) desde Turín. Tiene 50 años, estatura algo más baja de lo común y viste con propiedad. Tiene mujer y un hijo, pero estos permanecen en Turín. Es un hombre solitario, de pocas palabras, algo ingenuo y obstinado que viene a Sicilia con la difícil tarea de refundar la planta de los juzgados. La surra viene a ser -sentenció don Agatino Smeca, un noble del lugar- la parte más delicada y gustosa del atún. El apellido del juez prometía cosa buena.

A partir de una carta anónima de un “amigo de la justicia” el juez Surra se entera que los papeles con la instrucción de cuatro casos sensibles están en posesión de Emanuele Lonero, alias Don Nené, el capo de la “Fratellanza”, germen de lo que después se conocía como la mafia.

El encuentro con Don Nené no se hace esperar, en un café de la ciudad el capo intenta pagarle la cuenta al juez que había consumido dos cannoli, unos tubos marrones de pasta crujiente, rellenos de crema blanca y cubiertos de trocitos de fruta confitada. Surra se niega, paga su cuenta, se acerca a la mesa de Don Nené y le dice sonriendo ¿Es usted Emanuele Lonero? ¿Para qué? contesta. El juez saca del bolsillo la carta anónima y le dice: no sé quien es usted y no quiero saberlo, pero ha llegado a mi conocimiento que se llevó ilícitamente del juzgado los sumarios de los procesos Milioto, Savastano, Curreli y Constantino (todos miembros de la “Fratellanza” y que estaban en ese momento sentados con el capo). Tendrá la amabilidad de reintegrarlos al juzgado antes de veinticuatro horas le dice Surra con cierta ingenuidad y desconociendo el riesgo. Volvió a meterse la carta en el bolsillo, se retiró los lentes, los guardó en su sitio, le dio la espalda a don Nené, que se había petrificado, y salió a la calle. Antes del vencimiento del plazo de 24 horas los cuatro sumarios estaban en el juzgado.

A partir de este incidente comienza una guerra silenciosa entre la “Fratellanza” y el juez, que incluye un intento de homicidio (el juez Surra ni siquiera se dio cuenta que le habían disparado en la calle, ni tampoco tiene mucha conciencia que Don Nené es un capo mafia) y el incendio intencional del juzgado, específicamente de un armario donde supuestamente estaban esos cuatro sumarios. El juez, astuto, había cambiado a último momento la ubicación de los cuatro sumarios que se habían salvado de las llamas.

Pero no quedará así y el juez Surra deberá enfrentarse nuevamente a su tan temido como desconocido enemigo Don Nené.

El segundo de los cuentos se llama “La niña” y es Carlos Lucarelli, quien nos cuenta la historia de una jovencísima y algo ingenua jueza de Bolonia de conducta intachable conocida en el medio judicial como “la niña”

Ivano Ferrucci alias Ferro es sargento de policía en Bolognia, tiene 56 años y 37 de servicio y se dedica a la escolta de juez Cancedda desde hace un tiempo. Un día llega a la jefatura de policía y los planes han cambiado ya no escoltará a Cancedda sino que le toca “La niña” que tenía 30 años y podría ser su hija (de hecho Ferro tenía una hija de esa misma edad). La busca en el Fiat Ritmo camuflado de la Jefatura y mirando por el espejo retrovisor a la joven jueza que leía el periódico, piensa que parecía un chofer llevando a la hija del jefe a la universidad.

Un intento de asesinato, primero en la calle, del cual sale malherida y luego en el hospital, obliga a la niña a vivir en la clandestinidad mientras en Bolonia estallan los episodios de inaudita violencia que allí tuvieron lugar en los años ochenta. Ferro es su aliado, su protector, quien esconde a la jueza mientras intenta descubrir quienes son los verdaderos enemigos. Como la niña todavía está convaleciente (Ferro se la lleva del hospital antes que fueran a la rematarla) será un médico de nombre Sanna, que había perdido su matrícula por ayudar a muchos delincuentes quien se encargará de esconder y curar a la jueza. Ferro intenta buscar ayuda con el juez Cancedda pero cuando iba a su encuentro es asesinado.

La jueza despierta en su hospital clandestino, se entera de la muerte de Ferro por el médico sin matrícula y de quienes quieren matarla por el periódico. Una quiebra fraudulenta de varias sociedades destinadas a desparecer cantidades enormes de dinero de terceros, una de ellas conectada a los servicios secretos, es el motivo de los atentados. La jueza había avisado a sus superiores de la maniobra y de esa manera se había puesto en el foco de sus enemigos.

Desde su clandestinidad, con la ayuda de Sanna, va a intentar terminar con la organización criminal y, así, vengar la muerte de su protector Ferro.

Por último, Giancarlo de Cataldo (quien es juez del Tribunal Penal de Roma) nos narra en "El triple sueño del señor fiscal" el duelo sin fin que enfrenta a un fiscal y a un aguerrido alcalde, excompañeros de escuela, en un combate que encarna simbólicamente la relación compleja entre legalidad y corrupción política.

Una noche Ottavio Mandati, fiscal de la República en los tribunales de Novere, tuvo un sueño. Dos hombres de negro llamaban a su puerta y le notificaban una orden de prisión provisional. El fiscal se había arrestado a sí mismo. Lo suben a un auto rumbo a su lugar de detención y por las ventanas de automóvil Ottavio reconoce los bloques de la Zona Pep, la obra maestra constructora del señor alcalde. Su mayor estafa. La madre de todos los abusos. Trescientas noventa y siete licencias de edificación concedidas en una sola noche a nombre de quince sociedades de nombres fascinantes: Prado Florido, Alba Luminosa, Fuente Maravillosa, Azul Horizonte. Titulares de cada sociedad: el mismo número de testaferros del señor alcalde.

Ottavio, joven fiscal se hace preguntas, pretende investigar, pero enseguida es convocado por Smilzi-Trionfi, el fiscal en jefe, quien le dice: -Mandati, el pueblo de Novere pide casas, para ellos y para sus hijos, ¿me quiere usted explicar qué es lo que pintamos nosotros -o sea la ley- en este asunto? ¿Cómo dice?, ¿registros? ¿arrestos? ¡Ni se le ocurra!

Sigue soñando, el fiscal en jefe le quita el caso que muere de archivación instantánea e indolora. Agua pasada, un capítulo más de sus derrotas frente al señor alcalde. El sueño concluye con miedo cuando al llegar el fiscal como acusado a la sala de juicio, ve perfilarse la silueta inconfundible del señor alcalde Pierfilisberto Berdazzi-Perdico luciendo la túnica negra y los cordones negros de los inquisidores. Su eterno acusado había pasado a ser acusador.

Despierta, recuerda que de los 15 procedimientos que había iniciado contra el señor alcalde, ninguno había concluido con una condena, solo absolución o repentinos cambios de legislación en medio del proceso que terminaban beneficiando a Pierfilisberto.

Todo cambia un día cuando el señor alcalde sufre un atentado y termina hospitalizado. Se produce un reencuentro de los viejos camaradas -Buenos días, señor alcalde, saluda el fiscal cuando llega al hospital. -Ottavito ¿por qué no te relajas, no ves que esta vez estamos los dos del mismo lado? Yo soy la víctima. Y a ti te toca averiguar quién es el hijo de la gran puta que quiere mi pellejo. Pero Ottavio ¿por qué no podemos ser amigos?

A partir de este hecho la historia se reconfigura, el fiscal investiga el atentado con resultados sorprendentes, las tensiones del pasado se hacen presentes con nueva intensidad.