ESTAMOS VIENDO: “Vida privada” (“Private Life”), de Tamara Jenkins
Los dilemas morales y las contradicciones íntimas de un matrimonio durante el largo proceso para la fertilización asistida o la adopción son el eje de esta descarnada tragicomedia, que constituye el esperado regreso de la directora de Suburbios de Beverly Hills (1998) y La familia Savage (2007).
Con apenas tres largometrajes en 20 años (a razón de uno por década), Tamara Jenkins es uno de los secretos mejor guardados del cine independiente norteamericano. Ahora, de la mano de Netflix -y tras su presentación en los festivales de Sundance y Nueva York-, está disponible Vida privada, un guión propio que narra las vicisitudes (léase angustias existenciales y económicas) que atraviesan aquellas parejas que no pueden tener hijos de forma natural.
Rachel (Kathryn Hahn) y Richard (Paul Giamatti) son dos intelectuales cuarentones del East Village neoyorquino, cuyo matrimonio bastante armónico entra en una crisis cada vez más profunda ante la obsesión por ser padres. El paso del tiempo, la infertilidad, las propuestas para probar diversos tratamientos médicos (carísimos y con profesionales que se aprovechan de la desesperación de los pacientes), las contradicciones y las inevitables decepciones son descriptas con profundidad, inteligencia, sensibilidad y nula demagogia por una Tamara Jenkins que -sin perder de vista su mirada humanista- es impiadosa a la hora de describir el sistema de salud (privado, claro) y las crecientes heridas que van sufriendo quienes por allí deambulan.
Lo que hace de Vida privada una muy buena película es, sobre todo, la categoría del elenco y la capacidad de Jenkins para darle carnadura a cada uno de los secundarios (aparecen desde John Carroll Lynch hasta Denis O'Hare, pasando por Emily Robinson y Molly Shannon). Es central en el desarrollo del film un tercer personaje, el de Sadie (Kayli Carter), una desencantada joven de 25 años que se obsesiona tanto como la pareja en donarles un óvulo para que Rachel y Richard puedan cumplir con su sueño de ser padres.
La película describe sin edulcorar un plano la odisea de tantas horas en salas de espera, reuniones con médicos oportunistas y manipuladores, maratones de pinchazos y pastillas, desencuentros con amigos y familiares. El film es tan minucioso y desgarrador que, por momentos, se torna incómodo, pero jamás pierde la dimensión humana y suma algunos bienvenidos toques de humor que lo convierten en una exploración llena de empatía sobre los sacrificios de los que una pareja es capaz en la búsqueda de ser padre y madre.
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